lunes, 14 de noviembre de 2011
Mal sin medicina
lunes, 11 de abril de 2011
A los descoloridos nos den colores.
San Antonio bendito, ramo de flores,
y a los descoloridos nos den colores.
A la señora María
todo dulce le gustaba.
Yogur natural le traje
para merendar un día y dice:
niño, eso no se hace.
Aunque a veces yo le hacía
sin quererlo la puñeta,
menuda ilusión me daba
si el domingo me ganaba
la paga de cien pesetas.
Abuela por ir a la fuente
me he pinchado con las matas.
Menudo nieto coñazo,
que tu te rompiste un brazo
por dejarme sembrar patatas.
La gente maleducada
que poca gracia le hacía.
Sin más que me levantaba
de la cocina me echaba
por no decir buenos días.
Pocas cosas más recuerdo
esa pena no se escapa.
Siempre quise conocerte
un poco más y decirte,
que eras la abuela más guapa
San Antonio bendito, ramo de flores,
y a los descoloridos nos den colores.
miércoles, 2 de febrero de 2011
Relato: Pájaros en la cabeza.
-Ashala, no me jodas con esto ahora, yo también tengo problemas; y además no vamos a entrar en ese tema porque yo ya se que todos tenemos preocupaciones, es algo que esta en la vida porque sí.
El chico tenía esa sensación, se había dado cuenta de que cuando el problema que le atormenta se soluciona, otro ocupaba su lugar, como si la mente humana necesitara una carga para poder seguir viviendo bajo las nubes.
Se miraron un rato casi eterno, compartiendo emociones; fue una de esas miradas que ocurrían a veces, en las que mirándose a los ojos se lo decían todo sin decir nada.
Se fijó en los ojos de Ashala, bellísimos ojos de mora, que le hacían sentir la vida entera dentro de su rostro del color de la miel. Y se dio cuenta:
-Perdóname, no quería hacerte sentir mal, ya sabes que soy un poco bruto.
-Lo sé, Manu, no importa, yo te quiero así, se que la próxima...
Tras ese rato de éxtasis, Manu arrastró a los dos a la realidad; tenía clase, y ya iba con retraso.
Se despidieron cariñosamente, prometiendo acabar la conversación por la tarde; y Manu la siguió con la mirada hasta que desapareció por el trajín de la calle Matia.
Miró el reloj: 9:58, agarró la bici y comenzó una frenética carrera, como de costumbre. Le gustaba sentir el aire y la velocidad en la cara. Le hacía sentirse vivo, como algunas otras cosas en su vida.
Hacía más o menos un año y medio que la conocía, y cuando no estaba con ella estaba pensando en ella, y de nuevo recordó su historia, y le volvieron a la cabeza las circunstancias que le llevaron a amarla tanto. Se salvaron mutuamente. Encontrándose crearon una vía de escape a las desilusiones que les regalaban cada día sus diferentes formas de vida.
Era un jueves por la tarde, y la biblioteca de Lugaritz estaba repleta de niños y gente bibliófila, como Manu. No era el momento adecuado para buscar allí estudiantes con la cabeza entre los codos. Lo normal es que a estas horas estuvieran comprando alcohol o dándose una ducha, en cualquier caso esperando una noche de buena juerga.
Un chico de melena revoltosa, camiseta de rayas y botas de monte busca entre las estanterías cualquier libro de Nietzsche. Los libros poco corrientes le hacen sentirse liberado de esa sensación de ser un miope en un pueblo de ciegos. Harto de las presiones de su entorno y de las críticas a su manera de entender la vida, se aferra con fuerza a esa idea tan despreciada y a la vez tan ilusionante que la gente convencional llama “pájaros en la cabeza”.
Aún no ha reparado en que a un metro de él, esta sentada una muchacha musulmana, algo menor, que sin prestar atención a lo que ocurre a su alrededor, halla con la música de Vivaldi un remanso de tranquilidad, en el que no existen padres que con su obsesión por la religión y su falsa moral, minan las ganas de sentir y descubrir que tienen las jóvenes de su edad.
El chico agarra de lo alto de la estantería un volumen, con tal mala suerte que se le resbala y cae delante de las narices de ella, dando lugar a una curiosa presentación: “Elogio de la ociosidad” de Bertrand Russell, cae del cielo y distrae de un golpe la atención del “Otoño”.
-Perdón- dijo Manuel, con un tono rojo en la cara que la hizo soltar la mayor carcajada en una biblioteca. - Ah, Vivaldi, es bueno eh? Yo lo escucho muchas veces. Oye... ¿te puedo invitar a un café por las molestias?
-Jaja, no te preocupes por eso... Por cierto, me llamo Ashala, y sí, puedes invitarme a una cerveza.
Manu rememoró con una sonrisa nostálgica como aquella cerveza se convirtió en unas pocas, y las cosas fueron surgiendo como si se tratara de un guión de Pajares y Esteso.
-Ashala, me acabo de dar cuenta de que llevo un cuarto de hora agarrado a tu cintura, ¿te importa?
-No, ¿y a ti? - Emm... pues, no se; creo que tampoco. ¿Echamos la penúltima?
En una taberna de poca luz y suelo con serrín se besaron por primera vez, disolviéndose sus tormentos entre nubes de tabaco.
Y no te puedo olvidar
Cada día que se pasa
sin que te pueda mirar,
de tu sonrisa y tus ojos
siento mas necesidad
solo con verte en espejos
y pantallas de cristal,
mi cariño y mi esperanza
se consiguen alegrar
es siempre tan agradable
cada segundo contigo,
que tu presencia me llena
sea cualquiera testigo
el deseo tuyo y mío,
aunque duro de encajar,
por gran amiga te tengo
y no te puedo olvidar.
Entre todas las mujeres.
Entre todas las mujeres,
Con mucho la mas querida.
Sin años, cadenas ni bodas,
Pero por ti cambio todas
Las botellas de mi vida.
Si me atreviera a pedirte
Lo que siempre me imagino,
Pero siempre me entorpecen
Las que me matan y escuecen,
putas piedras del camino.
Aunque sentimos lo mismo,
Lo sentimos al revés.
Como espuma en la cerveza
Tu estas siempre en mi cabeza,
Y yo me pongo a tus pies.
miércoles, 2 de diciembre de 2009
cerebros destruidos
lunes, 20 de julio de 2009
Neruda oraingoan
el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
y tu boca que tiene la sonrisa del agua.
Un sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras
de la negra melena, cuando estiras los brazos.
Tú juegas con el sol como con un estero
y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.
Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca.
Todo de ti me aleja, como del mediodía.
Eres la delirante juventud de la abeja,
la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.
Mi corazón sombrío te busca, sin embargo,
y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.
Mariposa morena dulce y definitiva,
como el trigal y el sol, la amapola y el agua.